viernes, 6 de julio de 2007

Trabajad no por la comida que perece, mas por la comida que á vida eterna permanece, la cual el Hijo del hombre os dará: porque a éste señaló el Padre, que es Dios.

Y dijéronle: ¿Qué haremos para que obremos las obras de Dios?

Respondió Jesús, y díjoles: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.

Dijéronle entonces: ¿Qué señal pues haces tú, para que vea­mos, y te creamos? ¿Qué obras?

Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dió a comer.

Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dió Moisés pan del cielo: mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.

Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.

Y dijéronle: Señor, danos siempre este pan.

Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida: el que á mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.
Juan 6:27-35

En esta porción de las Escrituras, el Señor Jesucristo está diciéndole a los judíos que El es el verdadero pan del cielo que Dios ha enviado para dar vida. El estaba procurando mostrarles que El era aquel que estaba prometido en las Escrituras: el Mesías, el Dios hecho carne, el verdadero alimento espiritual que el hombre necesita.

El Señor les había dicho: "Aunque me habéis visto, no creéis." Esto significaba que aun viéndole presente, si no estaban predestinados para creerle, no le recibirían. También les dijo: "Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le echo fuera.” Sin duda, el Padre dio al Hijo lo que estaba predestinado desde antes de la fundación del mundo.

Estudiemos brevemente la verdad central de este pasaje que hemos tomado como base para esta meditación.

Antes de todo recordemos que en el mundo hay diferentes grupos religio­sos; solamente entre los llamados protestantes hay más de novecientos grupos establecidos; y cada uno de ellos tiene su manera de creer cómo ser salvo y cómo ganarse el cielo; aunque la mayoría coincide en que hay que hacer algo para llegar al cielo, o para llegar a Dios. Esta misma creencia también estaba en Israel en el tiempo de Cristo. Uds. recuerdan lo que el joven rico dijo cuando se acercó al Maestro: “Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?" Moisés les había enseñado que era necesario guardar la ley; y en la misma ley está escrito: "Haz esto y vivirás." Con esto establecido en su mente, los judíos se le acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Qué haremos para que obremos las
obras de Dios? "Esta es una pregunta muy importante, porque todos quere­mos saber cómo obrar las obras de Dios. Por cuanto Jesús ya les había dicho que El era el enviado de Dios para dar vida eterna, entonces les responde de la siguiente manera: "Esta es la obra de Dios: que creáis en el que él ha envia­do.”

Los Judíos se encontraban frente a algo que era común en su historia; ellos sabían que Dios enviaba hombres como profetas, y que éstos venían para guiarlos, para enseñarlos y para darles a conocer la voluntad y planes de Dios. Israel sabía que habiendo profeta en su tierra, podían acudir al tal para conocer la Palabra del Señor. Desde el profeta Malaquías hasta los días del Señor Jesucristo, alrededor de cuatrocientos años, ellos no habían tenido profetas. Con todo esto, la vida nacional de Israel estaba ligada a esta rea­lidad: Dios siempre les suscitó profetas, hombres enviados con un mensaje para la hora o para la edad. Este era un pacto que Dios había hecho con ellos desde el Sinaí. Ya sabemos cómo lo relata la Escritura en Éxodo 20:19: "Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, que nosotros oiremos; mas no hable Dios con nosotros, porque no muramos." Desde entonces Dios estableció hablar al pueblo a través de hombres a quienes El llamó profetas. Estos han sido sus portavoces, porque un profeta es uno que habla por Dios. Y hasta hoy, Dios mantiene su Palabra; y obra de acuerdo a lo que El mismo ha establecido.

En aquel tiempo, Israel sabía todo esto; además en ese tiempo, ellos esta­ban esperando al Mesías; había un sentir general de que el Mesías vendría. Tal como hoy existe un sentir general de que algo está por suceder. La ciencia lo dice, los religiosos lo presienten, y también el mundo. Para aquel entonces, Juan el precursor ya se los había señalado; Juan les había dicho: "En medio de vosotros ha estado, a quien vosotros no conocéis” Ahora surge la pregun­ta: ¿Por qué no le conocían'? Porque ya tenían sus conceptos establecidos de cómo vendría el Mesías. Y como vino en simplicidad, lo pasaron por alto. Por esa razón el Señor les dijo: "Mas os he dicho que aunque me habéis visto, no creéis”.

Le pasaron por alto, porque El vino en la simplicidad. Con todo eso, su fama se extendió por todas partes, y el pueblo le buscaba porque les multipli­caba el pan y sanaba sus enfermos. Jesús les dijo: "De cierto, de cierto os digo, que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os hartasteis.” Así que ellos le buscaban por las cosas materiales, no por la Palabra, ni por la vindicación cómo profeta; esto, por supuesto, era para los predestinados de la hora; como el mismo Jesús dijo: "Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí; y al que a mi viene, no le echo fuera” Esto da a entender que sí había simiente predestinada, la cual entendería y vendría atraída por el Padre. Esto era para los predestinados de la hora; pues los demás, oyendo la Palabra y aun viendo las señales, no entendían ni creían; antes le dijeron: "¿Qué señal pues haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obras?” Y esto se lo preguntaron después de haber visto la multiplica­ción del pan.

Ellos no pudieron ver las señales, ni creer. Toda generación presenta estas características. Sólo los ordenados para entender y creer, entenderán y cree­rán; los demás no pueden creer porque no les ha sido dado. Esto es asunto de los designios de Dios. El mismo Jesús les indicó cómo hacer las obras de Dios, y con todo eso, no creyeron. El les dijo: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.” Jesús era la promesa para la hora; tenía el mensaje para la hora; creerle era hacer la voluntad de Dios, porque Dios estaba en El.

Dios envía al mensajero cuando hay una necesidad en su pueblo. El propó­sito del mensajero es despertar y enderezar a la simiente predestinada. Los mensajeros de Dios nunca son recibidos por la mayoría, porque vienen con un mensaje diferente al establecido por los sistemas de los hombres. Su mensaje es como el hacha a la raíz de los árboles que no dan fruto. Por la Escritura podemos darnos cuenta que siempre ha sido así.

El mensaje del mensajero de Dios siempre es nuevo en cada edad porque nunca se adapta a las tradiciones y costumbres en las cuales el pueblo ha estado viviendo; tampoco armoniza con las añadiduras que los hombres hacen a la Palabra de Dios; por lo tanto su mensaje resulta nuevo para la hora en que se manifiesta; y por tal razón nunca ha sido recibido por la mayoría. No importa cuantos profetas pueda Dios levantar hoy, y si aun El mismo viniera como lo hizo en el tiempo de los Judíos, tampoco le creerían; porque la mayoría nunca ha creído el mensaje de Dios. Siempre ha sido así.

Entonces, ¿por qué muchas personas creen que en este tiempo en que vivimos una gran mayoría recibirá al Señor Jesucristo? Eso es un error, porque siempre ha sido una pequeña minoría la que ha creído. Esta minoría son los predestinados, los que oyen y creen; por lo tanto, el mensaje es para ellos. Dios no enviaría mensajeros si no hubiera simiente que le creyera; el mensajero es enviado para sacar la simiente predestinada en cada edad, y para ser testigo y testimonio a la verdad de Dios para esa hora; por esa razón el Señor Jesús le dio esta respuesta a los Judíos: "Esta es la obra de Dios: Que creáis en el que él ha enviado”. Cada vez que Dios envía a un hombre, lo mejor que podemos hacer es oír y creer al mensaje que Dios trae por ese hombre; porque éste es el plan del Señor, éste es el cumplimiento de la promesa para la hora.

Muchos consideran la Biblia como un conjunto de dichos y conceptos que han sido dados para que los leamos y nos gocemos con ellos; pero ignoran que allí están las promesas para cada edad; y también pasan por alto que el cumplimiento de las promesas de Dios, en toda la historia de la Biblia, están ligadas a hombres; las promesas de Dios no se pueden separar de la participación humana; porque Dios siempre ha usado el canal humano para traer Su Palabra; por esa razón cuando creemos al que Dios envía, estamos haciendo las obras de Dios para esa edad; eso significa aceptar sus planes y designios.

Moisés fue la promesa cumplida en su día; el que creyó a Moisés, creyó a Dios; y lo mismo podemos decir en cuanto a Elías, y también en relación a todos los demás profetas. Un genuino profeta de la Palabra, vindicado por Dios, es la promesa de Dios cumplida, es la Palabra de Dios hecha manifiesta; entonces nuestra actitud hacia el mensaje de ese hombre, será nuestra actitud hacia Dios.

Los profetas del Antiguo Testamento concluyeron con Juan, el cual intro­dujo al Señor Jesús; si hubieran creído su mensaje, hubieran obrado las obras de Dios; pero más bien lo rechazaron. Así lo han hecho en cada edad. La Escritura dice: "¿A cuál de los profetas no persiguieron y mataron vuestros padres?” El Señor con esto les estaba indicando que no solamente a El matarían, sino que a cada profeta en su generación le dieron muerte; aunque varios años después reconocieran que fue un error, pues habían perseguido a un verdadero profeta de Dios. Siempre ha venido este reconocimiento después que el tiempo ha pasado; porque la mayoría en todas las edades, han rechaza­do al mensajero de Dios; entonces esta edad no puede ser la excepción. Si siempre ha sucedido así en cada edad, es de esperar que hoy acontezca lo mismo.

Los únicos que han podido reconocer los mensajeros de Dios en cada edad, son aquellos que Dios ha predestinado para ese propósito.

Cuando el Señor Jesucristo vino a esta tierra, hicieron con El lo mismo que habían hecho con todos los demás profetas que vinieron antes de El. Aquellos profetas vinieron con una porción de la Palabra, sin embargo los persiguieron y mataron; pero en Jesucristo vino la Palabra en toda su plenitud, y también hicieron lo mismo. Si ellos les hubieran creído, hubieran obrado las obras de Dios; porque esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. La historia ha tenido que repetirse cada vez: Sólo los predestinados de la hora reciben el mensaje en su edad, mientras que los demás lo rechazan.

El mundo hoy está lleno de religiones; cada una sigue su propio camino. Todos dicen que hacen o quieren hacer las obras de Dios, mas ¿quiénes son los que en esta edad o en las edades anteriores han hecho las obras de Dios? Sencillamente han sido aquellos que han creído al que Dios ha enviado en cada edad.

Hoy tienen sus sistemas denominacionales en los cuales han estado funda­dos por muchos años; y por ellos ya saben qué creer, cómo obrar, cómo hacer esto y aquello. En sus libros afirman que sus dogmas está respaldados por la Escritura; cada uno en su sistema religioso cree saber cómo obrar las obras de Dios. Unos de una manera, y otros de otra. Ellos por sí mismos han determi­nado lo que es la obra de Dios y como hacerla; pero si alguno se atreviera a preguntar como los judíos lo hicieron a Jesús, y le contestáramos de la misma manera que El lo hizo, se escandalizarían; porque lo que dice la Escritura es tan diferente a lo que los sistemas denominacionales consideran como la obra de Dios: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.”

¿Hay alguna promesa en la Escritura de que Dios enviaría un mensajero para esta edad final? Sí, Dios ha tenido sus mensajeros en todas las dispensa­ciones y en todas las edades. Muchos de ellos han sido anunciados anticipada­mente, y otros han aparecido sin previo aviso.

Juan el Bautista fue anunciado en la Escritura muchos años antes de que apareciera. Isaías lo anuncia como la voz que clama en el desierto: "Voz que clama en el desierto: Barred camino a Jehová: enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane" (Isaías 40:3-4). Cuando Juan apareció, los religiosos de su tiempo conocían y predicaban sobre estas prediccio­nes del profeta Isaías, pero no pudieron percatarse que éste era el mensajero anunciado; antes le desecharon e hicieron en él todo lo que quisieron. Mala­quías lo anunció como el mensajero que prepararía el camino delante del Señor: "He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí: y luego vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos”(Malaquías 3:1). Con todo esto, los religiosos llamados a recibir­lo, lo rechazaron.

"Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué dicen pues los escribas que es menester que Elías venga primero? Y respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías vendrá primero, y restituirá todas las cosas. Mas os digo, que ya vino Elías, y no le conocieron; antes hicieron en él todo lo que quisieron: así también el Hijo del hombre padecerá de ellos" (Ma­teo 17:10-12). Aquí en este texto encontramos a Jesús hablando en tiempo pasado al referirse a Juan el Bautista; pero también habla en tiempo futuro ("Elías vendrá primero"), al referirse a un Elías que restituirá todas las cosas. Nosotros sabemos que Juan el Bautista no restituyó todas las cosas, antes ni siquiera se halla registro de que hubiese hecho un milagro; pero el Señor nos está hablando de un Elías que vendrá y restituirá todas las cosas. Entendemos que el Señor está hablando del mensajero que había de venir antes de su segunda venida. Pues si El envió un mensajero para aparejarle el camino antes de su primera venida, indefectiblemente tendría que enviar un mensajero para traer esta restauración antes de su Segunda Venida. "Y enviará á Jesucristo, que os fue antes anunciado: Al cual de cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde el siglo" (Hechos 3:20-21). Indudablemente éste es el mismo Elías a quien se refiere Malaquías 4:5: "He aquí, yo os envío a Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová grande y terrible." Juan vino para introducir la gracia y la verdad, pero este Elías viene antes del día grande y terrible del Señor (la gran tribulación) para convertir el corazón de los hijos a la fe de los padres (los apóstoles).

Además la Escritura nos habla de Siete Edades de la Iglesia (Apocalipsis capítulos 2 y 3), y cada edad ha tenido un mensajero, por lo tanto, esta edad final también lo tendría (Apocalipsis 3:14-22). Este es el mensajero con el cual Dios promete consumar todos los misterios: "Pero en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comenzare a tocar la trompeta, el misterio de Dios será consumado, como él lo anunció a sus siervos los profetas" (Apocalipsis 10:7).

Los religiosos del tiempo de Juan no pudieron ver que este mensajero de la primera venida del Señor estaba en la Escritura, ni discernieron que él era aquella voz que clamaba en el desierto; ellos no pudieron entenderlo. Hoy tampoco pueden ver en las Escrituras al mensajero prometido antes de la segunda venida del Señor, aun estando tan claro y tan señalado en diferentes porciones de la Biblia; ni pueden discernir que es aquella voz que clama a la media noche, la cual viene delante del Señor para despertar al pueblo. "A la media noche fué oído un clamor: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle" (Mateo 25:6)
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Si este mensajero prometido en la Escritura, se hace presente y Dios lo vindica, entonces ¿cuál sería la obra de Dios? ¿Cómo obrarla? Tiene que ser creyendo al que Dios ha enviado; porque cuando Dios envía un mensajero, lo envía con un mensaje; y ese mensaje contiene los planes y voluntad de Dios. Obrar fuera de ese mensaje, sería obrar fuera de los planes y voluntad de Dios; por consiguiente, es creyendo al enviado de Dios como estaremos en su per­fecta voluntad; porque menospreciarlo o rechazarlo, es rechazar a Dios que lo envió; sería considerarse más sabio que Dios. Sin embargo, esto es lo que la mayoría siempre ha hecho, y aun harán en este tiempo: no pueden creer al mensajero de esta edad, porque creer al enviado de Dios, significa creer y vivir su mensaje.

Muchos llegaron a ver en el mensajero vindicado por Dios en esta edad (nuestro hermano William Marrion Branham) las señales, maravillas, milagros y el discernimiento por el Espíritu Santo, y llegaron a reconocer que Dios estaba obrando en él; pero cuando el hermano Branham comenzó a predicar la Palabra genuina, se escandalizaron, porque chocaba con las creencias que ya estaban establecidas por las sectas denominacionales.

Aunque Dios vindique a su mensajero, no lo reciben, porque su mensaje no armoniza con las creencias de las denominaciones. El mensajero enviado por Dios no trae un mensaje conforme a un sistema denominacional, sino acorde a la revelación divina; por esa razón resulta ser un mensaje nuevo y revolucionario, porque echa por tierra las creencias y tradiciones que los hombres vienen arrastrando por años. Aceptar tal mensaje significaría cambiar de vida, des­truir sus sistemas humanos y tornarse a la Palabra; significaría tanto que no se atreven a hacerlo; y como no pueden situarse en un punto intermedio, enton­ces terminan rechazándolo y hasta blasfemándolo; sin embargo, la verdad de Dios permanecerá.

Mientras la mayoría rechaza "al que Dios ha enviado", los predestinados de la hora se gozan recibiendo su mensaje, el cual los prepara para lo que vendrá y los liberta de todo aquello que esté fuera de la Palabra de Dios; porque conocerán la verdad y la verdad los libertará; la cual siempre está ligada a un hombre, a un mensajero; por esa razón la Escritura dice: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”

No hay ninguna cosa mas importante que el mensaje que Dios ha enviado a
su pueblo por el profeta de esta edad, porque es el mensaje de la Palabra; pues
Dios siempre envía su Palabra a través de un profeta: "Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas" (Amós 3:7).

Dios ha vindicado a nuestro hermano William Marrion Branham como el profeta mensajero de esta edad; Dios le ha dado el mensaje que aparejará a Su pueblo para el rapto. "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.”

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